martes, 13 de marzo de 2018

A los tumbos


El despido de Rex Tillerson (foto) como Secretario de Estado de los EEUU es un indicio más de la descomposición institucional del Imperio. La nave anda a los tumbos, ciertamente. Vivimos en un momento peligroso, chicos. Sube al cargo Mike Pompeo, un personaje ciertamente capaz de agregar discordia en un sistema internacional altamente inestable. Lo reemplaza en la CIA Gina Haspel, otra joyita digna de los tiempos que corren (véase más abajo). 

"The best lack all conviction, while the worst / Are full of passionate intensity". Las tres notas que siguen son de Jan Martínez Ahrens, Amanda Mars y Joan Faus, respectivamente, para el diario español El País:



Título: Trump destituye a su secretario de Estado, Rex Tillerson, y le sustituye por un halcón

Subtítulo: Mike Pompeo, hasta ahora director de la CIA, dirigirá la diplomacia en uno de sus desafíos históricos: el cara a cara con el líder de Corea del Norte. 

Texto: Donald Trump abrió hoy una nueva crisis en su turbulento gabinete. A los pocos días de aceptar reunirse cara a cara con el líder norcoreano, Kim Jong-un, el presidente de EEUU anunció la destitución fulminante de su secretario de Estado, Rex Tillerson, y su recambio por el director de la CIA, el halcón Mike Pompeo. La jefatura de la CIA será ocupada a su vez por la tenebrosa Gina Haspel, quien supervisó las torturas practicadas en la cárcel secreta de Tailandia. Tanto el puesto de Pompeo como el de Haspel requieren de confirmación del Senado. Con la vertiginosa salida de Tillerson, cuyo mandato ha sido inusualmente breve para un secretario de Estado, cae otro de los pesos pesados del sector moderado (la semana pasada fue el consejero económico, Gary Cohn) y se confirma una vez más la vertiginosa capacidad de Trump para quemar equipos.

El mazazo se hizo oír. El despido de Tillerson no tuvo contemplaciones. Fue puro Trump. Un tuit y fuera. El propio Departamento de Estado, en un insólito comunicado firmado por el subsecretario Steve Goldstein, hizo saber que Tillerson “no había hablado con el presidente esa mañana y que desconocía el motivo" de la destitución. "El secretario tenía toda la intención de permanecer debido a los tangibles progresos hechos en materias críticas de seguridad nacional", remacha la nota. Dos horas después, Goldstein también fue despedido.

El golpe tiene un significado estratégico. Pasado el primer año de mandato, el presidente afronta en noviembre unas elecciones claves en el Senado, la Cámara de Representantes y 39 gubernaturas. Ante los previsibles vaivenes, Trump quiere reforzar el ala dura republicana y quitarse de encima a todo aquel que, como Cohn y Tillerson, frenan su narrativa.

En este realineamiento también incide una agenda exterior que Trump trata como una cuestión de política interna. La guerra tarifaria ha dado comienzo, el Tratado de Libre Comercio con América del Norte está en la cuerda floja, el pacto con Irán debe ser renovado en cuestión de semanas y, en un giro inesperado, el presidente ha aceptado un cara a cara con el déspota norcoreano. Un diálogo de alto voltaje que puede acabar en un estrepitoso fracaso y redoblar, para espanto del mundo, el pulso nuclear.

Ante este horizonte explosivo, Trump se ha dejado guiar por sus instintos y ha apostado por quienes le son más fieles y próximos. Entre ellos, Mike Pompeo. "Con Tillerson discrepaba en algunas cosas, como el acuerdo con Irán; en cambio, Pompeo y yo tenemos procesos de pensamiento similares”, dijo Trump hoy a los periodistas.

El despido reafirma que con este presidente, el gabinete ha pasado a ser de los más convulsos de la historia de Estados Unidos, Su tasa de reemplazo es del 43% y no hay mes en que no caiga un alto cargo. Abrió la cuenta el consejero de Seguridad Nacional, Michael Flynn, quien solo permaneció 24 días, y le han seguido el jefe de gabinete, Reince Priebus, y el estratega jefe, Steve Bannnon, entre otros. Tillerson ha durado 13 meses. Aunque supone más tiempo que sus colegas, resulta inusitadamente poco para un secretario de Estado, de hecho, según los primeros cotejos, ninguno había sido despedido en tan poco tiempo en el último siglo.

La destitución, pese al ruido, no ha causado sorpresa. Tillerson, antiguo patrón del gigante petrolero Exxon, chocó desde las primeras semanas con el mandatario. Reflexivo y acostumbrado a acuerdos a largo plazo, su gestión se ha visto continuamente sacudida por el estilo Trump y sus intempestivos tuis. Esta pésima relación quedó en evidencia cuando en julio se filtró que, tras una disputa en el Despacho Oval, Tillerson, desesperado, había dicho a su equipo que Trump era un “estúpido”. Una afirmación que nunca desmintió, y que llevaron al mandatario a humillarle públicamente con el siguiente comentario: “Creo que es información falsa; pero si lo dijo, entonces supongo que tendremos que comparar nuestros coeficientes de inteligencia. Y te puedo asegurar quién va a ganar”.

El desprecio trascendía lo personal. Trump impuso su apisonadora al Departamento de Estado ahí donde pudo. Recortó un 30% su presupuesto y, en cada ocasión, mostró su desagrado con las directrices de Tillerson. Ocurrió con su apuesta por un diálogo con Corea del Norte, que en su día Trump consideró "una perdida de tiempo"; pero también con el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, con el desplazamiento de la Embajada de EEUU a Jerusalén, con la relación con Moscú, con la guerra tarifaria y con el pacto nuclear con Irán, apartado este último que el secretario de Estado salvó a duras penas gracias al apoyo del consejero de Seguridad Nacional, Herbert McMaster, y el secretario de Defensa, James Mattis. Una decisión de la que Trump, pese a haberla asumido, no dejaba de quejarse en público y en privado.

Las desavenencias eran tan notorias que habían convertido a Tillerson en un cadáver andante. En Washington se acuñó el término Rexit (de Rex y Brexit) para referirse a su inminente marcha y se hablaba abiertamente de su sustitución por Pompeo. Su falta de carisma y el escaso respaldo que le brindó el cuerpo diplomático, para quien nunca dejó de ser un extraño, aumentaron una sensación de provisionalidad que se ha precipitado con el cara a cara que el presidente decidió mantener con el Líder Supremo norcoreano. Esta fue, según los medios estadounidenses la gota que colmó el vaso.

Trump recibió el jueves pasado en la Casa Blanca a los emisarios surcoreanos que se habían entrevistado con Kim Jong-un y le trasladaron su oferta de diálogo directo. Para sorpresa de los presentes en la reunión, Trump aceptó el reto sin consultar con nadie y además ordenó que el propio legado de Seúl fuese el encargado de anunciarlo al mundo en la Casa Blanca. Solo una vez tomada la decisión, Tillerson fue informado.

El secretario de Estado se hallaba en África de viaje y el golpe, el inmenso desprecio a su consejo y a los oficios del cuerpo diplomático, le dejaron aturdido. Tanto que, según los medios estadounidenses, tuvo que cancelar todas sus actividades alegando un repentino malestar. Cinco días después, Trump ha anunciado su destitución.

Pompeo, sobre quien ahora recae la estrategia diplomática con Corea del Norte, es un viejo conocido del presidente. Antiguo congresista republicano, a ambos les unen una ideología conservadora y unos modales francos incluso despiadados. Fiel defensor de la línea dura, Pompeo, que en su día recomendó a Tillerson, ha ido ganado peso en la Casa Blanca. Su claridad expositiva y su división del mundo en amigos y enemigos es muy apreciada por el presidente.

Esta querencia se hizo evidente hoy, cuando al anunciar la crisis de gobierno, ensalzó en un comunicado la figura de “Mike": “Como director de la CIA, Mike se ha ganado el aprecio de los miembros de ambos partidos mejorando la recogida de inteligencia, modernizando nuestras fortalezas defensivas y ofensivas, y estrechando lazos con nuestros amigos y aliados en la comunidad internacional de inteligencia. He llegado a conocer a Mike muy bien en los últimos 14 meses y estoy seguro que es la persona adecuada para esta coyuntura crítica. […]. Él continuará nuestro programa de restauración de América (…) y buscando la desnuclearización de Corea del Norte”. A Tillerson ni siquiera le llamó para darle explicaciones.


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Título: Mike Pompeo, un halcón para dirigir las relaciones exteriores de EE UU

Subtítulo: El hasta ahora director de la CIA procede del movimiento ultraconservador Tea Party, es duro contra Irán y ha sabido ganarse a Donald Trump

Texto: Halcón, político de carrera y en la cuerda de Donald Trump. El presidente ha optado por relevar al moderado Rex Tillerson, un ejecutivo petrolero con quien nunca congenió, por el perfil antitético de Mike Pompeo, el hombre al que le confió la CIA hace poco más de un año, un congresista de Kansas miembro del Tea Party, que ha clamado contra el pacto nuclear de Irán, defendido la aplicación de la pena de muerte contra Edward Snowden y destacado como azote de la demócrata Hillary Clinton.

Pompeo, de 54 años, se graduó primero de su clase en la academia militar de West Point en 1986, sirvió varios años en el Ejército (sin entrar en combate) y llegó a patrullar como oficial de caballería en el telón de acero antes de la caída del muro de Berlín. Después se licenció en Derecho en Harvard y comenzó su carrera como congresista por Kansas en 2011, aupado por la ola ultraconservadora del Tea Party. Durante estos años, hasta que el recién elegido Donald Trump lo llamó para hacerse cargo de la CIA, ha formado parte de los comités de Inteligencia, Comercio y Energía de la Cámara de Representantes.

Le dio fama en Washington la dureza con la que fustigó a Clinton en la comisión especial para investigar el atentado de Bengasi (Libia) de 2012, cuando la excandidata presidencial era secretaria de Estado. La investigación acabó sin hallar responsabilidades en Clinton, pero Pompeo llegó a calificar el caso como algo “peor que el Watergate en algunos aspectos”. También se significó en la defensa de la vigilancia masiva ciudadanos y hogares estadounidenses en pos de la seguridad y, en el pasado, llegó a defender la práctica del waterborading (ahogamientos), argumento que era ilegal, pero no un acto de tortura. Sin embargo, en el Capitolio, antes de que le ratificaran como director de la CIA respondió que no usaría la tortura aunque el presidente se lo pidiera.

Su nombre había sonado como sucesor de Tillerson durante meses, ya que durante ese tiempo el futuro del expresidente de Exxon Mobil se había estado tambaleando. Fuentes anónimas de la Administración citadas por la prensa estadounidense han destacado la química surgida entre Pompeo y Trump durante las periódicas reuniones informativas de inteligencia. En ellas y en público, el jefe de la CIA ha sabido manejar con mano izquierda uno de los pocos puntos en los que difiere del presidente: la injerencia rusa en las elecciones presidenciales, que el mandatario neoyorquino siempre ha negado o minimizado y que Pompeo nunca ha evitado señalar con dureza.

Su breve mandato como jefe de la inteligencia se ha caracterizado por un perfil muy político en sus pronunciamientos públicos, lo que ha incomodado en muchas ocasiones al personal de la agencia, dado que crea recelos en torno a la imparcialidad que se le exige a los análisis de inteligencia. También ha apostado por una actitud más agresiva en el conflicto de Afganistán, donde se han reforzado las acciones encubiertas son los talibán como objetivo.

Sin experiencia previa en este campo, Pompeo se convierte en jefe de la diplomacia estadounidense en un momento delicado, cuando Estados Unidos está dispuesto a abrir una negociación con Corea de Norte —bajo promesa de desnuclearización por parte del régimen— y al mismo tiempo debe decidir si mantiene o abandona el acuerdo nuclear con Irán. En ambos terrenos, el nuevo secretario de Estado se ha mostrado en la línea dura republicana. Y en consonancia con Trump. Por ejemplo, se mostró partidario públicamente al cambio de liderazgo en Corea del Norte y, en el caso de Irán, cuando Obama firmó el acuerdo nuclear, declaró que no veía el momento para cancelarlo. Ahora, habría llegado el momento de esto último, pero los caminos de la realpolitik y de Trump son misteriosos.


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Título: Nombrada directora de la CIA una veterana que permitió la tortura a detenidos

Subtítulo: Trump asciende a la número dos de la agencia tras nombrar a Pompeo secretario de Estado

Texto: Con la designación de Gina Haspel como nueva directora de la CIA, la primera mujer en ocupar el puesto, la agencia de inteligencia estadounidense no solo reabre sino que avala implícitamente uno de sus capítulos más oscuros. Haspel, de 61 años, supervisó la tortura de sospechosos de terrorismo en las funestas cárceles secretas de la CIA en la década pasada y participó en la decisión de destruir un vídeo sobre los abusos. Esa losa no ha impedido el ascenso fulgurante de esta veterana de la organización. Hace un año fue nombrada número dos de la CIA y este martes el presidente Donald Trump la propuso como directora en sustitución de Mike Pompeo, nominado como nuevo secretario de Estado.

Pero para ser confirmada al nuevo cargo, la designación de Haspel deberá ser aprobada por el Senado, lo que la obligará a tener que testificar ante el Comité de Inteligencia y dar por primera vez explicaciones públicas sobre su papel en las torturas y la guerra sucia contra el terrorismo. En teoría, la designación no corre peligro dado que los republicanos ostentan la mayoría simple necesaria para aprobarla en la Cámara Alta.

Lo que se da por hecho es que Haspel afrontará preguntas incómodas de los legisladores, sobre todo demócratas. Por ejemplo, en 2013 cuando el entonces director de la CIA la propuso como jefa de operaciones clandestinas, la senadora demócrata Dianne Feinstein, entonces presidenta del Comité de Inteligencia, bloqueó la designación por su papel en el programa de interrogación a sospechosos de terrorismo. La CIA acabó proponiendo a otra persona para ese puesto.

Haspel entró en la CIA en 1985 y desde entonces ha trabajado sobre todo como agente encubierta en varios lugares en el mundo. Acumula una enorme experiencia, que ha sido elogiada y que le servirá para pilotar la organización desde su sede en Langley (Virginia).

Tras los atentados del 11-S, en 2001, la CIA inició su controvertido programa de técnicas reforzadas de interrogación a personas que eran detenidas por sus sospechas de lazos con el terrorismo yihadista y transportadas a centros secretos en varios países. Esas técnicas incluyeron torturas, como el ahogamiento simulado (waterboarding), según investigaciones posteriores. El entonces presidente, el republicano George W. Bush, las consideró legales y miembros de la CIA han asegurado que creían estar actuando correctamente. En 2009 su sustituto, el demócrata Barack Obama, las prohibió pero decidió no tomar acción legal contra los trabajadores de la CIA que participaron en los interrogatorios.


Donald J. Trump

@realDonaldTrump
Mike Pompeo, Director of the CIA, will become our new Secretary of State. He will do a fantastic job! Thank you to Rex Tillerson for his service! Gina Haspel will become the new Director of the CIA, and the first woman so chosen. Congratulations to all!
9:44 - 13 mar. 2018
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Como candidato electoral y en las primeras semanas de su presidencia, Trump abogó por torturar a militantes del Estado Islámico y alardeó de su eficacia, lo que le costó un alud de críticas. El mandatario acabó suavizando su propuesta después de que su secretario de Defensa, James Mattis, le convenciera de la ineficacia de los abusos, que siguen estando vetados por ley.

Pero la designación de Haspel, en febrero de 2017 como subdirectora y ahora como directora de la CIA, se interpreta como una defensa de Trump a los abusos a detenidos. También por parte de Pompeo, que ha dicho que el waterboarding no es tortura y ha considerado “patriotas” a quienes lo utilizaron tras el 11-S.

La primera cárcel secreta de la CIA se ubicó en Tailandia y su responsable era precisamente Haspel. Ella supervisó en 2002 los brutales interrogatorios extrajudiciales a los supuestos miembros de Al Qaeda Abu Zubaydah y Abd al-Rahim al-Nashiri. El primero fue sometido al ahogamiento simulado en 83 ocasiones en un mes, según una investigación del Senado. Repetidamente se golpeó su cabeza contra una pared, perdió visión en un ojo y durante un momento se creyó que había muerto.

En 2003, Haspel se convirtió en la jefa de gabinete de José Rodríguez, el entonces director de contraterrorismo de la CIA, y después ocupó el mismo puesto cuando este fue designado jefe de operaciones encubiertas. Fue en ese cargo, desde el que conocía los entresijos del programa de interrogación a detenidos, cuando en 2005 Haspel participó en la decisión de destruir los vídeos de las torturas a Zubaydah y Al-Nashiri. La CIA asegura que la orden la dio Rodríguez pero el nombre de Haspel es el que aparece en el mensaje que pide deshacerse de las pruebas, según el diario The New York Times. Ahora, Trump ha decidido que todo ese pasado vuelva a aflorar en Washington.

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