miércoles, 19 de julio de 2017

El Brexit como derrota


Continúa la serie de comentarios sobre la significación del "Brexit" para la Unión Europea en general, y para el Reino Unido en particular. Lo que parecía un tiro de gracia a la comunidad europea parece ser, en realidad, un suicidio británico. Así lo ve Rafael Ramos en la nota que sigue, para el diario catalán La Vanguardia


Título: El ‘Brexit’, ¿el mayor desastre desde Suez?

Subtítulo: Salir de Europa, última manifestación de un imperio que se resiste a morir

Texto: La política exterior británica ha sufrido dos grandes desastres en los últimos 250 años: la pérdida de las colonias americanas y la debacle de Suez. Cada vez son más los políticos, los analistas y los expertos que temen que el Brexit sea el tercero.

Acabe la cosa como acabe –y el deterioro de la economía ya empieza a notarse–, el divorcio de Europa ha abierto una brecha en la sociedad del Reino Unido, enfrentando a la ciudades y al campo, a Londres y al resto del país, al sur próspero y el norte pobre, a quienes tienen títulos universitarios y flexibilidad laboral y a quienes no. Es como una versión política de la falla de San Andrés, la que mueve las placas tectónicas y provoca los terremotos en California. La tradicional división entre izquierdas y derechas, entre el Labour y los conservadores, ya no es suficiente para entender el país. Como en las películas en 3D, para ver la imagen con nitidez hay que ponerse las gafas del Brexit. Proeuropeos y antieuropeos.


El país está partido entre el norte y el sur, el campo y la ciudad, la gente con y sin estudios

Las ventas de coches han bajado un diez por ciento. El endeudamiento de las tarjetas de crédito ha subido en similar proporción. Los sueldos permanecen congelados, mientras la inflación creció el último trimestre a un ritmo del 2,6% anual. El desplome de la libra en los mercados de cambio ha hecho que las vacaciones en el extranjero les cuesten a los británicos un ojo de la cara. La salida del Euratom amenaza con impedir el acceso a medicamentos para tratar el cáncer y bloquear la investigación nuclear. Las empresas congelan sus inversiones. El banco HSBC traslada su sede europea a París; el Barclays, a Dublín. Las aerolíneas venden billetes a partir del 2019 con la advertencia de que, a falta de un acuerdo con la Unión Europea para el uso del espacio aéreo, podrían no ser válidos.

Al celebrarse esta semana en Bruselas la segunda ronda de negociaciones del Brexit, la posición europea es (al menos por el momento) uniforme y clara, pero Gran Bretaña directamente carece de posición, porque el Gobierno y el país continúan tan divididos como el día que se anunció el resultado del referéndum. Y no sólo los tories, sino también el Labour. Cada vez es más evidente que Londres habrá de hacer importantes concesiones, pagar fuertes sumas de dinero y solicitar un largo periodo de transición para evitar el caos, y que buena parte de las promesas que hicieron los partidarios de la ruptura van a ser incumplidas. Pero el objetivo oficial, tanto del Gabinete como de la oposición, sigue siendo mantener el mayor número posible de las ventajas actuales en materia de comercio, con el mínimo coste. Y la táctica, confiar en que se resquebraje la unidad de la UE cuando entren en conflicto los intereses contradictorios de sus distintos miembros, con un empujón desde este lado del Atlántico. Divide y vencerás.


El Brexit es imposible de entender sin la arrogancia y sentido de superioridad ingleses

Cameron y May llevaron al país a su actual dramática tesitura en un inútil intento de neutralizar al ala ultraderechista, escéptica y nacionalista inglesa del partido. Pero los tories, tradicionalmente divididos entre pragmáticos y libertarios, están más fracturados que nunca por el Brexit, y la más mínima rebelión parlamentaria sería suficiente para provocar una moción de censura, la caída del Gobierno, la necesidad de elegir un nuevo líder, y posiblemente elecciones anticipadas. Esto último quieren evitarlo, y sólo por eso continúa provisionalmente Theresa May en Downing Street.

Ahora los pragmáticos, encabezados por el ministro de Economía, David Hammond, y con el respaldo de la City y el empresariado, pretenden suavizar el Brexit lo máximo posible y acordar un periodo largo de transición en el que se vean las auténticas consecuencias de la decisión, si vale o no la pena. Un segundo referéndum sería un campo de minas (con la posible consecuencia de crear una ultraderecha nacionalista en un país donde no la ha habido), pero otro gobierno resultante de otras elecciones podría hipotéticamente tener un mandato para retroceder. Los ideólogos como Boris Johnson y Michael Gove empujan en cambio hacia la ruptura total dando un portazo, en cuanto la UE presente la factura del divorcio.

Con el país a la deriva, algunos expertos hablan del Brexit como el tercer gran desastre de la política exterior británica después de la pérdida de las colonias americanas y Suez. Y por las mismas razones de fondo. El carácter inglés tiene grandes cualidades –tolerancia, sentido del humor y de la responsabilidad, capacidad de sufrimiento, espíritu cívico–, pero también lo que Shakespeare llamaba un error fatal, susceptible de provocar un cambio de fortuna. En Hamlet se trata de la incapacidad para actuar y tomar medidas concretas. En sus descendientes, la arrogancia y la hipocresía, la noción de superioridad, la necesidad irresistible de dar a los demás una lección. De otra manera es imposible entender el Brexit.


El interminable ocaso del imperio británico

Un imperio que se resiste a morir. Una prensa nacionalista de derechas. Una ola de indignación popular con los compromisos de política exterior. Un Gobierno conservador débil. Unas finanzas públicas corroídas por la deuda y una economía de austeridad. Un establishment político que se resiste a que el Reino Unido pase a ser una potencia de segundo orden. Un falso sentido de lo que es el patriotismo. ¿1956 o 2017? Igual que ahora con el Brexit, esa combinación de elementos llevó a Gran Bretaña a la debacle de Suez, cuando se alió con Francia e Israel para invadir el canal en respuesta a la nacionalización decretada por Naser. Sin tener en cuenta, claro, ni a la Unión Soviética, que encontró una oportunidad de denunciar el imperialismo occidental y tapar la invasión de Hungría, ni a Estados Unidos. Un hombre del sistema como Anthony Eden, que se lo tenía demasiado creído (igual que Theresa May antes de las elecciones), leyó mal las señales de Washington y no tardó en encontrarse con el ultimátum de Eisenhower: o aceptaba un alto el fuego y una fuerza de intervención de la ONU o la libra se desplomaba. Igual que un cuarto de siglo después en la guerra de las Malvinas y ahora con el Brexit, la prensa de derechas calificó de “enemigos del pueblo” a quienes se opusieron a la invasión. Pero Londres no tuvo más remedio que bajarse los pantalones y, unos meses después, en enero de 1957, Eden dimitió.


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