jueves, 30 de marzo de 2017

China camina


Acompañando el desmoronamiento gradual del Imperio surgen las inquietudes sobre cuál será su reemplazo en el liderazgo global. China es número puesto, si bien su dirigencia política es más bien tímida al respecto. De esto habla la siguiente nota de Xulio Ríos para el diario español El País


Título: China da un paso al frente

Epígrafe: La posibilidad de que la segunda potencia económica del mundo alcance el liderazgo global es cada vez mayor

Texto: Las medidas y planes de la nueva presidencia estadounidense que apuntan al proteccionismo en lo comercial y a un incierto repliegue en lo estratégico sugieren la hipótesis de un declive pronunciado del liderazgo global de Washington. Y puestos a ello, no falta quien sugiera que la segunda potencia económica del mundo asome como un posible relevo. En un adelanto quizá de pronóstico, el presidente chino Xi Jinping no dudó en presentarse en Davos —el mayor cónclave de la élite capitalista proglobalización— como campeón del liberalismo comercial. Pero ¿es verosímil a corto plazo esta posibilidad?

Desde 2009, China es el mayor exportador global de mercancías. En los últimos años, el proceso de transformación que impulsa internamente, para dejar de ser solo la gran fábrica del mundo, tiene un fuerte componente exterior. El expansionismo de su influencia económica llega a todos los rincones del planeta y se ha dotado de instrumentos propios para reforzar la seriedad del envite. China es ya el mayor socio comercial de hasta 120 economías del mundo.

La ciudad de Xiamen, en el sur del país, acogerá en septiembre de este año una nueva cumbre de los BRICS, que atisba en el horizonte su primera década de existencia. El lugar elegido —una de las primeras zonas económicas especiales— parece enfatizar el mensaje de que la apertura y el desarrollo son claves esenciales, en las que este grupo de países debiera apostar, frente a la adversa perspectiva que, con sus planes proteccionistas, sugieren otros actores internacionales relevantes.

Esta cumbre de los BRICS en China llegará después del encuentro del G20 celebrado en Hangzhou en 2016. Además, en mayo de este año, Pekín acogerá una gran cumbre mundial sobre la Franja y la Ruta de la Seda, el proyecto bandera de Xi Jinping. Todas estas iniciativas empujan en una misma dirección. Se trata de integrar las políticas económicas, de exterior y de seguridad para avanzar en la creación de una esfera de predominio en comercio, comunicación, transporte y enlaces de seguridad.


¿Aspira China al liderazgo global?

El tema no es nuevo. Se ha especulado mucho sobre el propósito y las implicaciones de la emergencia de China en el sistema internacional. Nunca ha habido consenso sobre la existencia o no en Pekín de una voluntad hegemónica o revisionista en relación con el orden global. Se parte, por un lado, del abandono del enfoque ideológico que fue dominante en otros tiempos y, por otro, de la asunción de un pragmatismo. El objetivo de una gradual recuperación de la posición central en el sistema se ha visto acompañado de una reivindicación de la multipolaridad y de la llamada “comunidad de destino compartido”.

Con el fin de evitar a toda costa la trampa de Tucídides, una resolución violenta y traumática de la alternancia en la hegemonía global, existen diversas plataformas creadas en los últimos años: desde la Organización de Cooperación de Shanghái hasta los citados BRICS. China se ha cuidado hasta ahora de moderar su predominio a fin de no incomodar a sus socios, pero también para evitar ser señalada como una amenaza.

Lo cierto es que, tradicionalmente, China siempre ha rehuido posiciones de liderazgo: ha preferido actuar, en el mejor de los casos, a través de terceros y cuidando de “no encabezar la ola, ni portar la bandera”, en palabras de Deng Xiaoping. Ese perfil bajo parte de la premisa de que la asunción de mayores responsabilidades internacionales le puede acarrear más problemas que beneficios.

En estos años, la mayor presencia global de China ha favorecido el objetivo interno de acelerar el desarrollo, y no se ha tratado tanto de destacar internacionalmente. En este plano, sus acciones se han orientado a reivindicar reformas en el sistema y no a sugerir la conformación de poderes alternativos. Ha tratado, en suma, de lograr un mayor reconocimiento de su posición y de fortalecer la legitimidad de unas instituciones que en buena medida hoy día han quedado obsoletas en su representatividad.

Esos intentos de modificar la actual configuración del poder global discurren en paralelo a la vocación de facilitar que sus hipotéticos aliados ganen autonomía con respecto a EE UU. Para recortar distancias, China pretende atraer a otros para evitar que participen de una hipotética estrategia de contención; otra cosa es que persiga consolidar una coalición para asaltar el cetro del poder global.

Por otra parte, en su discurso las autoridades chinas rehúyen cualquier vocación mesiánica. Su modelo económico no es exportable e insisten, incluso ante sus más fervientes imitadores, en que cada cual debe buscar su propio camino. Su modelo político tampoco goza de predicamento, ni siquiera entre sus admiradores más entusiastas; su arquitectura social presenta grietas profundas que reclaman reparaciones en justicia; su cultura particular, muy desconocida globalmente, no tiene la dimensión suficiente para generar el acompañamiento universal que suscita Occidente; en el orden de la seguridad y la defensa, carece aún de atributos solventes.

China no está en condiciones de disputar la hegemonía militar, ni el papel del yuan puede suplir al dólar como principal moneda de reserva y tardará en situarse a la cabeza de la innovación científico-tecnológica a pesar del ingente esfuerzo inversor de los últimos ejercicios. Por no hablar del poder blando. Aunque su ascenso económico es evidente, ni de lejos dispone de los activos y recursos determinantes del poder global.

A China se le puede pedir que participe más, que asuma más responsabilidades y, tal como señaló Xi Jinping en Davos recientemente, está en disposición de hacerlo. Pero tanto por circunstancias estructurales como por sus propias taras internas, no dispone de la capacidad hoy día para sustituir a EE UU y a Occidente en el liderazgo global, al menos conforme a los patrones al uso.


Un pato cojo

Cabe recordar que la segunda potencia económica del mundo ostenta la posición 90ª en el índice de desarrollo humano. Mejora posiciones, es verdad, pero le falta lo suyo. El desarrollo interno, de una parte, y el incremento de su influencia regional como trampolín para aumentar su proyección a escala global son sus prioridades. Su liderazgo no puede ser inmediatamente mundial. Eso no significa que China renuncie a ejercer más influencia o a reclamar reformas en el sistema global con más insistencia, ya sea en lo político, financiero o comercial. En esas está hoy día.

China abriga desde hace tiempo un sentimiento de exclusión de las grandes decisiones económicas y políticas mundiales. No se conformará con ser un socio menor y no secundará propuestas que suenen a subordinación o comparsa. Espera su momento y este podría estar al llegar.

La estratégica oportunidad que ahora parece abrirse con Donald Trump le facilitará el reforzamiento de su papel global, pero la elevación precipitada y exacerbada de su perfil internacional puede alentar conflictos indeseados, afectando negativamente a su ritmo de modernización.

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