lunes, 27 de febrero de 2017

Los valores de Occidente


¿Quién los entiende? Primero les destrozan sus países con excusas humanitarias, cacareando siempre sobre los valores de Occidente. Luego se indignan ante las olas de refugiados que llegan a la unión Europea. La nota que sigue es de Miguel Urbán para el diario español Público.es:


Título: La Europa Fortaleza se construye sobre el miedo y la escasez

Texto: Invierno de 2016. Un portavoz de Cruz Roja Dinamarca pregunta al Gobierno danés por qué deja que cientos de solicitantes de asilo, entre los que se encuentran decenas de niños, sigan durmiendo en tiendas de campaña en las gélidas calles de Copenhague a pesar de haber pisos públicos de acogida disponibles. El ministro del Interior responde: “porque si les damos un techo y dejan de pasar frío, entonces vendrán más”.

Otoño de 2016. En una de sus primeras entrevistas como director de la rimbombante nueva Guardia Europea de Fronteras y Costas, nombre con el que Frontex pretende vendernos su papel, autonomía, presupuesto y capacidad de injerencia cada vez mayores, Fabrice Leggeri reconocía que parte de la función de su agencia es “no hacer creer a los migrantes que esa travesía es fácil y no tiene peligros. Hay que encontrar un equilibrio entre salvar a las personas y no alimentar el negocio de los traficantes”.

Las mismas élites europeas que se escandalizan cuando los grupos de extrema derecha piden a la policía que “disparen a los refugiados”, no tienen sin embargo ningún rubor en plantear políticas que, digámoslo abiertamente tomando los dos ejemplos anteriores como muestras aleatorias, lo que están planteando es “ahoguen a los refugiados o déjenlos morir de frío, pero eviten que lleguen”. En las calles de Copenhague o en campamentos improvisados en los Balcanes, en las costas turcas o en las libias, en todos los casos la respuesta europea al desafío migratorio remite al mismo plan: de donde vienen no pueden volver; a donde quieren llegar no les vamos a dejar pasar; así que queden varados en tránsito: en campamentos, en países tapón a los que se ha externalizado las funciones de guardián de fronteras, en manos de las mafias o en el fondo del Mediterráneo. Lost in transition.

Y, sin embargo, todos estos dispositivos de control y seguridad que conforman la Europa Fortaleza no tienen como fin último evitar que no entre ningún migrante. Es mentira. Europa necesita migrantes, mano de obra con la que compensar su envejecimiento crónico, sus carencias concretas en el mercado laboral o la sostenibilidad de los sistemas públicos de pensiones. Lo dice la OCDE, el FMI y hasta la propia Comisión Europea. El objetivo último de la Europa Fortaleza no es evitar que lleguen, sino asegurarse que quienes lleguen, lo hagan quebrados, aislados, asustados, sumisos y desprovistos de derechos. Que lleguen dispuestos a dejarse sobreexplotar en nichos laborales secundarios y precarios, a pagar el doble por seguros médicos o alquiler de viviendas ya que su condición legal les impide acceder a los canales normalizados de cualquier mercado. Y que no se atrevan a protestar porque, antes de llegar, ya han conocido en sus carnes las consecuencias.

La Europa Fortaleza no son solo las fragatas de Frontex, las vallas con concertinas, los carísimos sistemas de control de fronteras o los Centros de Internamiento para Extranjeros. La Europa Fortaleza también es la progresiva externalización integral de las fronteras europeas y del control de los flujos migratorios, los recortes a las leyes de asilo y el endurecimiento de las leyes de extranjería, las listas crecientes de “países de origen seguros” o de “terceros países seguros” donde ya entran desde Turquía hasta Afganistán. Pero hay otros elementos más profundos: las alambradas y muros que brotan por toda Europa desde hace dos años no se construyen solo con cemento y concertinas. La principal materia prima es el miedo. El miedo al otro, al desconocido, a la crisis y a engrosar la lista de perdedores de la globalización.

El mismo miedo que generan con sus políticas y explotan electoralmente con sus discursos tanto las fuerzas populistas xenófobas ascendentes como los partidos de la Gran Coalición neoliberal. Unos y otros conforman el nuevo bipartidismo que crece por toda Europa. Ese que pretende convencernos que tenemos que elegir entre el neoliberalismo salvaje de la Gran Coalición o el repliegue identitario, excluyente y autoritario de las fuerzas xenófobas y ultranacionalistas. Salir de esa dicotomía-trampa es el reto que tenemos por delante quienes apostamos por otra Europa basada en el bienestar, la democracia y los derechos universales.

Y para ello tenemos tres misiones urgentes: primero, federar las distintas iniciativas que desde la sociedad civil están paliando, con su solidaridad y militancia, el vergonzante vacío dejado por las instituciones europeas y estatales; segundo, articular las alternativas y acciones de la sociedad civil con las instituciones del cambio, sin olvidar que sin desobediencia y sin movilización la solidaridad que convirtamos en derecho tendrá forma de papel mojado a la hora de traducirlo en conquistas concretas; tercero, tener claro que la lucha contra la xenofobia y la lucha contra la austeridad es la misma, porque el marco de escasez que provocan los recortes constituyen la matriz económica de la exclusión, del “como no hay suficiente, los de aquí primero”, ese caldo de cultivo de la lucha de clases de los últimos contra los penúltimos.


Para que otro mundo sea posible, otra Europa es necesaria. Una Europa que rompa con la trampa del nuevo bipartidismo que pretende obligarnos a elegir entre neoliberalismo y xenofobia. Dos caras de la misma moneda. Dos caras que se buscan, se necesitan y se retroalimentan. Dos caras que se construyen por igual sobre el miedo y la escasez. Ahí tenemos tareas concretas en la lucha contra la Europa Fortaleza. Pongamos en las concentraciones de hoy nuevas piedras de los puentes que sustituirán a los muros que hoy ahogan Europa. Pero, sobre todo, identifiquemos bien el campo de batalla para no equivocarnos ni de combate ni de enemigos.


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