miércoles, 10 de agosto de 2016

Mundo pintoresco (II)


En fin, nos gustó la caripela del chino de arriba, así que reproducimos esta nota de RT de hoy. Es un error del que escribe esta nota creer que "la gente" está intrínsecamente desinteresada en el mundo que la rodea. No, chicos, nos desinteresan a propósito las más de las veces, que es distinto. Agarren cualquier diario si no me creen. En fin, arriba los pokemones, que acá no ha pasado nada.


Título: "En un mundo al borde del colapso, la gente está cazando Pokémon"

Epígrafe: ¿Vive nuestra sociedad distraída mientras se destruye a si misma? Algunos filósofos opinan al respecto, y todos parecen coincidir en el diagnóstico.

Texto: No son pocos los filósofos que hacen una diagnosis pesimista del estado de nuestra civilización, en términos de consciencia y felicidad humana. La última crisis económica, por ejemplo, fue frecuentemente enjuiciada como un síntoma superficial (económico, meramente material) de una crisis mucho más profunda: una crisis de valores, y también de consciencia. Las voces más optimistas llegaban a proclamar a esa crisis (y a las crisis en general) como una buena oportunidad de despertar, como una ducha fría desagradable pero necesaria para tomar consciencia de la realidad, y salir de la tóxica narcosis materialista que embota las consciencias y condena al mundo a una economía ciclotímica, despiadada con las personas y obsesionada con un crecimiento que ni siquiera es sostenible en términos ecológicos.

Hay una frase muy explícita que el escritor francés Michel Houellebecq, publicada hace unos 16 años: "Nos dirigimos hacia el desastre guiados por una imagen falsa del mundo; y nadie lo sabe". 

Agudo filósofo y poeta sutil, Houellebecq no duda en considerar que el capitalismo neoliberal, con su absoluta indiferencia por la verdadera naturaleza humana y sus necesidades reales, está abocando a esta civilización "al desastre". Y cuando dice, poéticamente, que "nadie lo sabe" está señalando la evidente dificultad del individuo contemporáneo para tomar verdadera consciencia del estado carencial en que se encuentra, y del gran potencial de distracción ("guiados por una imagen falsa del mundo") que tiene la economía de consumo a través de su sistema cultural asociado, con su prolífica producción de espectáculos, videojuegos, plataformas digitales y medios de comunicación, y con su hipertrófica industria del entretenimiento y la avanzadísima tecnología al servicio de su disfrute.

"Yo creo que no es casualidad, sino que hay un interés poco disimulado del sistema en ese potencial de distracción" -decía el filósofo español Jordi Pigem en una bonita entrevista concedida hace muy poco a un medio local. "En un mundo al borde del colapso, es curioso que cada vez haya más entretenimientos para que nos olvidemos de pensar, para que ocultemos las cabezas como avestruces", añadía.

Lo cierto es que es no es difícil percibir cierta distracción, cierta inconsciencia en el comportamiento de los seres humanos con respecto a su propio destino. Precisamente Jordi Pigem decía en esa entrevista una frase que resume bien la idea y ofrece también una potente imagen poética: "Se está hundiendo el Titanic y nosotros nos dedicamos a jugar cazando Pokemon en la cubierta". Su frase puede considerarse una actualización de la de Michel Houellebecq, sin duda.

En su libro La Buena Crisis, Pigem escribe: "La destrucción ecológica tiene su contrapartida en nuevas psicopatologías autodestructivas. El narcisismo, la esquizofrenia y la depresión que caracterizan a nuestra cultura se reflejan en el saqueo de paisajes, de comunidades y de nuestra vida interior”

A escala global, ya no se puede ocultar que persiguiendo el desarrollo económico como un ideal de bienestar y felicidad, hemos destruido una parte importante de nuestro entorno natural. Y a nivel psicológico individual, ya no son sólo los budistas quienes advierten sobre los profundos malestares que produce el cultivo excesivo del ego y la individualidad, sino los propios psicoterapeutas y sociólogos de occidente, cada vez más de acuerdo en torno a la idea de que nuestra sociedad está estancada en una fase adolescente y sufre de narcisismo, egolatría, ansiedad y depresión... y gran parte de las personas que la componemos, expuestos a esa contaminación ambiental y educados en ella, somos perfectos candidatos a estas patologías. 

"Nos ha tocado vivir en la sociedad desorientada", decía también el filósofo francés André Comte-Sponville en una entrevista concedida al diario 'La Vanguardia' hace 5 años'. 

El propio Jordi Pigem, en la misma línea, plantea la única pregunta posible, surgida de un asombro genuíno ante lo que está sucediendo: "¿Cómo es posible que un mundo con tanta información sobre lo que estamos destruyendo, que estamos destruyendo la base de nuestra existencia, mire para otro lado y no decida cambiar el rumbo?".

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