domingo, 4 de enero de 2015

¿Cambio de actitud?


Ups!!!

Algo está pasando en la prensa europea, esa especie de Disneylandia cultural para el adoctrinamiento de la gilada. Algún plazo parece haberse vencido el 31 de Diciembre de 2014, porque tan rápido como el 2 de Enero de 2015 hay signos de cambios súbitos entre los cagatintas políticos de las principales capitales. Tomemos como ejemplo el diario español El País, insospechable de tener algún tipo de pensamiento propio. Hasta fines del año pasado, la premisa fundamental de la sección “Internacionales” del pasquín madrileño era tirarle mierda a Rusia; luego venía todo lo demás, empezando por tirarle mierda a los gobiernos no neoliberales de América Latina. Un ejemplo notable de rusofobia es la nota de Pilar Bonet (la corresponsal... ¡en Rusia! de El País) del 31 de Diciembre. La pieza merece figurar en cualquier antología de la propaganda política, si bien su babeante antirrusismo la hace derrapar en más de una oportunidad. No vamos a abusar de la paciencia del lector posteando todo el artículo; en cambio, mostraremos algunas perlas salientes:

Título: Un año delirante

Párrafos salientes: “El año 2014 ha puesto fin a una época en el espacio postsoviético. Rusia, con su anexión de la península de Crimea y su apoyo a los secesionistas del Este de Ucrania, ha evidenciado la vulnerabilidad de las fronteras internacionales que los Estados surgidos de la Unión Soviética se reconocieron mutuamente en 1991 y en múltiples ocasiones desde entonces.”

“En un delirio colectivo, en 2014 una buena parte de la sociedad rusa prescindió de los 23 años transcurridos desde que se desintegró la Unión Soviética, y se reinstaló en los escenarios del antiguo imperio, convertido éste en un cómodo mito elástico para quienes lo recuerdan con nostalgia o lo imaginan con deseo. Los escenarios no coinciden ni tienen porque coincidir con las realidades históricas entendidas éstas como materia científica, pues se trata de ambientaciones reconstruidas por tecnólogos políticos como instrumentos al servicio de la clase dirigente rusa con Vladimir Putin a la cabeza.”

(…)

Sin ruborizarse ni un poquitín, Pilarcilla agrega: “El año 2014 está lleno de lecciones, entre ellas las que evidencian la fragilidad de las identidades de los ciudadanos post soviéticos. También las que revelan el poder de la propaganda sobre las mentes, sobre todo cuando todas las cadenas de televisión estatales se han subordinado al mensaje político del Kremlin, que impone un férreo control a la sociedad civil.”

(…)

La imaginamos echando espuma por la boca mientras escribe, frenética: “La anexión de Crimea disparó la popularidad de Vladímir Putin y consolidó la sociedad rusa en torno al líder. En diciembre, cuando el descenso del precio del petróleo y las sanciones occidentales se notaban ya en la capacidad adquisitiva de los rusos, una encuesta de centro Levada indicaba que la incorporación de Crimea cuenta con un 86% de apoyo (88 % en marzo y 90% en abril) entre los rusos.”

(…)

Algunos párrafos nos hacen sospechar que Pilarcilla hace un uso indiscriminado de alcohol en el desayuno: “En la política que Putin ha practicado en 2014 hay elementos psicológicos subjetivos e individuales y también elementos racionales compartidos con sus compatriotas, con independencia de que la lógica pueda ser obsoleta o colonial. En febrero, cuando se celebraban aún los Juegos Olímpicos de invierno en Sochi y Víctor Yanukóvich era todavía presidente de Ucrania, Putin reunió a un grupo de expertos y les preguntó sobre las consecuencias y costes que tendría la incorporación de Crimea a Rusia. Se sabe poco sobre los consejos que le dieron en aquella reunión de la que la agencia Bloomberg informó recientemente citando fuentes gubernamentales rusas. Tampoco se conocen detalles sobre el proceso (la combinación de improvisaciones y cálculo premeditado) que llevó a Putin a ocupar militarmente la península con el propósito de asegurar una precipitada e irregular consulta popular.Fuentes bien informadas aseguran que, una vez tomada Crimea, Putin volvió a consultar a los expertos, esta vez para preguntarles cuánto costaría la anexión del Donbás. En esta segunda ocasión, según estas fuentes, los expertos desaconsejaron la empresa.”

(…)

Noten la prosa pilaresca al concluir: “Pero la crisis puede ser una fuente de oportunidades y cabe la posibilidad de que los problemas económicos que se avecinan en 2015 aporten elementos prosaicos que neutralicen la fantasía de los mitos y que hagan reflexionar a todos, incluidos los países occidentales, para buscar, si lo hay, ese afiligranado camino que pasa por enfriar el conflicto, sin congelarlo, en búsqueda de una solución presentable a todos los electorados, a los rusos que consideran a Putin como “un ternero vacilante” y a los ucranianos que creen “merecidas” las penurias de los ancianos de Donbás como castigo por “haber apoyado a los terroristas”. Eso, a no ser que Kiev y los países que apoyan una Ucrania soberana capaz de ocupar el puesto que le corresponde en Europa prefieran intentar ganar ya la guerra y acepten el riesgo de que el botón nuclear pueda depender de la psicología de un individuo acorralado.”

[Dios mío, Pili, ocho renglones de diario sin un punto en la primera frase. Estás enojada, mujer!!!]

***

Ahora bien: llegamos al 2 de Enero y… ¿qué tenemos?

Primer título de la sección “Internacionales”: “GUERRA EN AFGANISTÁN: EE UU cierra en falso la guerra de Afganistán”.

Upa.

Segundo título, subordinado al anterior: “El abismo que viene”.

Ay.

El tercero ya nos pone los pelos de punta. ¿Qué está pasando acá, chicos? Lo posteamos completo, título y texto, para que ustedes juzguen por sí mismos este giro inexplicable de El País respecto de su habitual línea ultraobsecuente con el Imperio. La nota es de Marc Bassets y nos hace sospechar que Pilarcilla habrá de jubilarse próximamente. Pasen y vean:


Título: Estados Unidos se acostumbra a las guerras sin victoria y sin final

Subtítulo: El fin de la misión de combate en Afganistán es simbólica: el conflicto contra los talibanes persiste y los norteamericanos seguirán hasta 2016 en el país centroasiático

Copete al medio del artículo: EE UU empieza a digerir una década bélica con el regreso de los veteranos y el debate sobre la incapacidad para ganar del ejército más potente

Texto: "Las guerras del siglo XXI acaban sin desfiles triunfales ni lluvias de confeti. Estados Unidos se retiró hace tres años de Irak sin cumplir los objetivos que se propuso en la invasión de 2003. Y esta semana ha concluido la misión de combate en Afganistán —la guerra más larga de la historia de EE UU, más que la Segunda Guerra Mundial y que Vietnam— con una ceremonia discreta en Kabul, un comunicado del presidente Barack Obama y los talibanes celebrando la derrota de los aliados. La era de las victorias de la primera potencia ha terminado.

“La guerra en Afganistán ha terminado en el mismo sentido en que terminó la guerra de Irak en 2011. Es decir, en realidad no ha terminado”, dice el historiador militar Andrew Bacevich, veterano de Vietnam y padre de un soldado muerto en Irak. “Los americanos se marchan pero la guerra continuará. El resultado está por decidir”.

Desde el 1 de enero el objetivo de EE UU y los aliados de la OTAN en Afganistán ya no es combatir frente a los talibanes y otros grupos insurgentes: esta misión corresponde a las fuerzas armadas afganas. Los cerca de 11.000 militares norteamericanos tendrán una misión más limitada: entrenar a los afganos y participar en operaciones contraterroristas.

El temor a que una retirada brusca ofrezca vía libre a los talibanes para recuperar la capital, Kabul, 13 años después de la intervención de EE UU, ha llevado a Obama a ralentizar sus planes de ahora al 2016, la fecha que Obama ha fijado para la retirada final: mil soldados más de los previstos se quedarán en el país centroasiático y el contingente norteamericano dispondrá de un margen mayor para luchar contra los talibanes y Al Qaeda.

El Afganistán que EE UU empieza a abandonar no es un país estable. En 2014, murieron más de tres mil civiles afganos, la cifra más elevada desde 2008, cuando la ONU contó por primera vez las bajas civiles. Este mismo año, murieron unos 5.400 soldados y policías afganos, la cifra más elevada desde que comenzó la guerra.

Desde 2001 Afganistán ha dejado 2.224 militares norteamericanos muertos y 19.945 heridos. En Irak murieron, entre 2003 y 2011, 4.491 norteamericanos y 32.244 resultaron heridos. Más secuelas. “Depresión, ansiedad, pesadillas, problemas de memoria, cambios de personalidad, pensamientos suicidas: cada guerra tiene su posguerra, y así es con las guerras de Irak y Afganistán, que han creado unos quinientos mil veteranos americanos heridos mentales”, escribe el periodista David Finkel en el libro ‘Gracias por sus servicios’.

Tras la retirada, llega la hora de digerir la década y media de conflictos sin victoria. La avalancha de heridos engorda las listas de espera en los hospitales de veteranos. El regreso, como ocurrió después de Vietnam, no es fácil. Cerca del 7,2% de veteranos de Irak y Afganistán están en paro, por encima de la media nacional.

La diferencia con Vietnam es que, al contrario que entonces, los veteranos no encuentran en su país una recepción hostil. Vietnam marcó el fin del reclutamiento obligatorio. El carácter voluntario de las fuerzas armadas, desde 1973, las ha profesionalizado, pero también ha abierto un abismo entre los militares y el resto de la sociedad.

Menos del 1% de norteamericanos ha combatido en Irak y Afganistán. EE UU inició la llamada guerra contra el terrorismo como respuesta a los atentados de 2001, pero durante estos años EE UU no ha vivido como un país en guerra.

Los combates eran algo lejano, exótico. Unos meses después del 11-S, “aunque nominalmente estaba ‘en guerra’, la nación empezó a comportarse como si estuviese 'en paz'”, escribe Bacevich en su último ensayo, ‘Quiebra de la confianza. Cómo los americanos han fallado a sus soldados y a su país’.

“Es extraño, pero la relación [entre los norteamericanos y las fuerzas armadas] no ha cambiado realmente a pesar del largo periodo de guerra”, dice Bacevich en un correo electrónico. “Hoy, como era el caso antes del 11-S, los americanos pretenden preocuparse por los soldados, pero su preocupación no se amplía hasta el punto de impedir el compromiso en guerra innecesarias e imposibles de ganar”.

En un artículo titulado “¿Por qué los mejores soldados del mundo no dejan de perder?”, publicado en el último número de la revista ‘The Atlantic’, el periodista James Fallows vincula la distancia entre los civiles y los militares con el hecho de que EE UU se haya embarcado en “guerra sin fin que no puede ganar”.

La desconexión, unida a la veneración automática de los militares por parte de los ciudadanos, aisla a los militares de las críticas que reciben otras instituciones de EE UU, como el Congreso o Wall Street. A la larga, según Fallows, la ausencia de un escrutinio público perjudica a los militares, porque pierden incentivos para mejorar. La profesionalización de los ejércitos permite a los políticos embarcarse en guerras sin asumir un coste social: las consecuencias las sufre una parte ínfima de la población.

Esta es la “era del conflicto persistente”, según la frase acuñada en 2007 por el entonces jefe del Ejército de Tierra, el general George Casey. El concepto ‘ganar guerras’ queda obsoleto. “En este mundo no ‘ganaremos guerras’”, vaticinó en 2011 Anne-Marie Slaughter, jefa de planificación política del Departamento de Estado cuando Hillary Clinton era secretaria de Estado. “Tendremos un abanico de heramientas civiles y militares para aumentar nuestra posibilidades de convertir resultados malos y amenazantes en resultados buenos, o como mínimo mejores”.

El objetivo, en Irak y en Afganistán, ya no es ganar, sino evitar daños mayores. Y el plazo es flexible. En Afganistán es 2016. En Irak fue 2011, pero este verano los avances del Estado Islámico han forzado a EE UU a regresar. Si las guerras del siglo XXI acaban sin desfiles y confeti, es porque muchas jamás acaban del todo."


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