lunes, 1 de diciembre de 2014

El Secretario y la Máquina


La renuncia del Secretario de Defensa de los EEUU, Chuck Hagel (foto), pasó casi desapercibida para la prensa occidental, quien recurrió a la sarta usual de idioteces y nimiedades para explicar una situación que, como mínimo, podríamos calificar de “rara”. Un país embarcado en media docena de guerras al mismo tiempo, de golpe cambia a su Secretario de Defensa (o sea, a su Ministro de Guerra) y nadie dice nada. Curioso, ¿no? Thierry Meyssan reflexiona hoy al respecto, en Red Voltaire:


Título: ¿Tiene todavía Obama una política militar?

Epígrafe: Después de haber sido el primero en anunciar la posible nominación de Chuck Hagel como secretario de Defensa, Thierry Meyssan se interroga sobre las razones de su salida de ese puesto. Y piensa que no hay que buscarlas en los actos del secretario sino en el cambio de política del presidente. En todo caso, observa Meyssan, Washington carece de una política determinada y la administración Obama está emprendiendo acciones peligrosamente contradictorias.

Texto: En lo tocante a determinar la política de seguridad nacional, no queda más remedio que decir que la administración Obama ha perdido la brújula. En mayo de 2013, la Casa Blanca desmanteló el Consejo Consultivo Presidencial en materia de inteligencia, sin renovarlo, y esta misma semana se deshizo de su fiel secretario de Defensa, Chuck Hagel. Pero lo más importante es que la Casa Blanca sigue posponiendo la publicación de la nueva Doctrina de Seguridad Nacional, doctrina que –según estipula la ley– tenía que haber presentado al Congreso hace 7 meses.

Si bien existen directivas claras en materia de objetivos a largo plazo (impedir el desarrollo económico de Rusia y China) y sobre los medios para lograrlo (trasladar al Lejano Oriente las tropas estadounidenses estacionadas en Europa y en la región del Golfo), también es cierto que nadie sabe cuáles son los objetivos fijados ante el estado actual del mundo árabe.

Parece como si en 2010 la «primavera árabe», planificada desde hacía mucho tiempo por el Departamento de Estado para poner a la Hermandad Musulmana en el poder en la mayoría de las regiones del mundo islámico hubiese sido una sorpresa –al menos en parte– para el presidente Obama. Al igual que el cambio de régimen en Ucrania.

En este momento, una parte del aparato estatal de Estados Unidos está luchando contra el Emirato Islámico mientras que otra parte de ese mismo aparato estatal lo apoya y lucha junto a esa organización en la República Árabe Siria.

Chuck Hagel, quien recientemente pidió por escrito una aclaración a consejera de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, no sólo no obtuvo respuesta sino que además se ha visto prácticamente expulsado de su cargo sin ninguna explicación.

Es verdad que Hagel no logró imponerse a la burocracia del Departamento que dirigía. Pero nadie dudaba ni de su buen juicio ni del apoyo que tenía entre los oficiales superiores. Antes de llegar al Departamento de Defensa, Hagel se había pronunciado contra la guerra de Bush Jr. contra Irak y al ser nombrado secretario de Defensa se dio a la tarea de reposicionar las fuerzas estadounidenses en función de los objetivos del país, en vez de seguir –como sus predecesores– objetivos privados.

Sus dos principales posibles sucesores, el senador Jack Reed y la señora Michele Flournoy, tiraron rápidamente la toalla. Entendieron que Chuck Hagel no había sido descartado por haber cometido algún error sino precisamente por haber aplicado la política que le había indicado el presidente Obama. El resultado es que las miradas se vuelven ahora hacia personajes secundarios: Bob Work y Ash Carter. En todo caso, no bastará con alcanzar la nominación. También habrá que lograr el visto bueno del Senado –actualmente con mayoría republicana– lo cual no dejará de resultar complicado.

La prensa especializada hace un extraño retrato del secretario saliente. Admite que es un tipo honesto –cualidad bastante difícil de encontrar en Washington– para afirmar de inmediato que no hizo gran cosa. Pero el papel de Hagel, según se definió en el momento de su nominación, era precisamente no emprender nuevas guerras y reformar el Pentágono. Lo cual había empezado a hacer. En primer lugar, cortó bastantes pasarelas entre las fuerzas armadas de Estados Unidos y las de Israel. Después realizó colosales cortes presupuestarios, exceptuando el sector nuclear. Durante su mandato fue constantemente blanco de los ataques de los proisraelíes, los neoconservadores y las organizaciones gays –financiadas por los anteriores.

La confusión reinante en la política estadounidense para el mundo árabe se ha prolongado desde mediados de 2012. En aquel momento, la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton y el director de la CIA David Petraeus aprovecharon la campaña electoral previa a la elección presidencial para respaldar una segunda guerra contra Siria, a través de Francia y de Qatar. Después de ser reelecto, Obama se deshizo de esos dos «colaboradores» y nombró una segunda administración cuyo misión consistiría en hacer las paces con Siria. Pero al cabo de unos meses se hizo evidente que la política del tándem Clinton-Petraeus seguía aplicándose, a espaldas de la Casa Blanca y en contra del Pentágono.

Está claro que no es el presidente Obama quien da las órdenes, como tampoco lo era su predecesor George Bush Jr. Y todo hace pensar que poco a poco Obama está alineándose con la política secreta de su propia administración, una administración que evidentemente no controla.

Así que el hombre que había anunciado el fin de la disuasión nuclear, el fin de la guerra en Afganistán y en Irak y el abandono de la guerra contra el terrorismo, está haciendo exactamente lo contrario: está modernizando y desarrollando el armamento nuclear, enviando nuevamente soldados a Afganistán e Irak y está reactivando el gastado concepto de «guerra contra el terrorismo».

La eliminación de Chuck Hagel no es por tanto un castigo por lo que ha hecho sino la prueba del cambio que viene operándose en el presidente Obama.

Queda por entender cuáles son las fuerzas en las que se apoyaban la señora Clinton y el general Petraeus, que son las fuerzas que acaban de triunfar. ¿Es el Estado profundo o se trata de actores económicos? Resulta evidente que la prensa de Estados Unidos no entiende nada de lo que está sucediendo, es incapaz de explicarlo, ni siquiera logra analizarlo y mucho menos contestar la pregunta formulada en este mismo párrafo.

En definitiva, las cancillerías del mundo entero están a la espera de nuevos elementos que les permitan llegar a algún tipo de conclusiones.

Mientras tanto, en el terreno, el Pentágono bombardea al Emirato Islámico mientras que otros estadounidenses garantizan armas y financiamiento… ¡al Emirato Islámico!

En Estados Unidos, al igual que en Francia, los presidentes cambian sin lograr influir sobre los acontecimientos. Poco importa que el presidente de turno sea el republicano Bush o el demócrata, el derechista Sarkozy o el socialdemócrata Hollande. La máquina sigue funcionando inexorablemente, sin que nadie sepa quién define su funcionamiento.

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